¡Oh qué gratas las horas de los tiempos lejanos 
en que quiso la infancia regalarnos un cuento! 
Dormida por centurias en un bosque opulento, 
despertaste a la blanda caricia de mis manos. 
 
Y después, sin que fueran los barbudos enanos 
o las almas en pena a turbar el contento 
del señorial palacio, en dulce arrobamiento 
unimos nuestras vidas como buenos hermanos. 
 
Hoy se ha roto el encanto: ya la Bella Durmiente 
no eres tú; la ilusión de trinos musicales 
se fue para otros climas, y pacíficamente 
 
celebraré contigo mis regios esponsales, 
al rendir el espíritu, de rostro hacia el poniente, 
en la paz evangélica de los campos natales.
Ramon Lopez Velarde
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