CONECTA CON TU DIVINIDAD SEXTA PARTE.Los mayores filósofos no pueden comprender el campo de misterio en el que
surgen las relaciones.
Y ahora, contemplando ese objeto, sea el que sea, reconoce que lo has convocado a entrar en
relación contigo mismo. Recapacita por un momento, y considera esto,
¿A partir de qué vibración de consciencia atraje en primer lugar este objeto hacia mí
mismo?
Quizá puedas recordar cuándo lo compraste, en alguna tienda. Mira a ver si puedes descubrir justo
el primer momento, en tu memoria, en tu consciencia, en el cual este objeto llegó a tu campo de
discernimiento. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué estabas pensando, o acaso no estabas pensando nada en
absoluto? ¿Qué te motivó a traerlo al campo de tu hogar? Si estás en casa de un amigo, la cuestión
es la misma. ¿Qué te motivó a estar donde estás ahora mismo? ¿Qué elecciones estabas haciendo
con la consciencia?Ahora bien, de nuevo, sugeriríamos que detuvieras la lectura o la escucha, y te pasaras unos cinco
minutos repitiendo este ejercicio con varios objetos o cosas que veas en la habitación en torno a ti.
No te olvides de que eso debería incluir incluso a tu rótula, o a tu mano, o a un anillo en tu dedo, o a
los calcetines en los pies... Disfruta de este ejercicio. Pero recuerda, no fuerces al cerebro; es decir,
no pienses con esfuerzo. Relaja el cuerpo. Siéntate en la silla como si fueras Cristo, y simplemente
mira, y hazte esa clase de preguntas que te hemos dado. Y entonces, continuaremos...
Bien, ¿qué tal? Queridos amigos, este ejercicio es muy, muy similar a otro de aquellos que me
daban mis profesores esenios, cuando era bastante joven. Y me pasé horas –horas–, no solo cinco
minutos, sino literalmente horas, haciéndolo. Lo hacía en la casa de mi padre, en las sinagogas, en
las calles de los pueblos. Mi momento y mi lugar favorito para hacerlo era justo al atardecer, cuando
el sol comenzaba a ponerse. Y al hacerlo, al observar los colores, al sentir los cambios de
temperatura en el aire que tocaba mi piel, al contemplar la brisa que danzaba entre las briznas de
hierba, o cuando oía el canto de un pájaro... estaba con esas cosas, igual que te acabo de pedir que te
mantengas con los objetos en tu habitación. Y las horas pasaban y pasaban mientras me sentaba y
trataba de mirar a todas y cada una de las estrellas del cielo, planteándome a mí mismo las mismas
cuestiones:
¿Puedo descubrir la fuente, el origen de esto que estoy viendo? ¿De dónde vino? ¿Cómo ha
podido ser? ¿Qué lo ha hecho nacer?