La música es un lenguaje universal que logra conectar de manera única a los seres humanos, por ser capaz de borrar diferencias que son difíciles de mitigar en otros ámbitos. No en balde es una de las manifestaciones culturales con mayor apoyo popular en todo el orbe. Muy al corriente de esto, en la década de 1950, desde EE. UU. se aprestaron a utilizar a músicos notables como embajadores culturales de su país, práctica que subsiste hasta el presente bajo los auspicios del departamento de estado. Entonces, se le dio prioridad a las orquestas de jazz, una decisión que pudo tener lugar por la coincidencia de factores históricos y geopolíticos únicos: la devastación de Europa, el inicio de la Guerra Fría y la segregación racial en suelo estadounidense. En este marco, se puso en marcha una operación de lavado de la imagen pública de EE. UU. percibido extramuros como un país que aunque pretendía venderse como un paradigma de las libertades occidentales arrastraba el pesado fardo de ser una sociedad estructuralmente racista, un rasgo que no dejaba de señalarle su adversario soviético, que a cambio exhibía un mosaico cultural único del que estaba particularmente orgulloso