Todos hemos escuchado frases como “la vida es muy corta para tomársela en serio” o “yo vine a este mundo a disfrutar, no a sufrir con responsabilidades”.
Seguro conoces a alguien que rehúye el compromiso, que cambia de rumbo cada vez que algo se complica, o que sigue dependiendo emocional o económicamente. Personas que viven como adolescentes o niños eternos.
Y sí, sería bonito quedarnos para siempre en el país de Nunca Jamás, como Peter Pan, donde nada duele y todo es juego. Pero la vida real no funciona así. Aferrarse a la infancia puede impedirnos crecer y vivir plenamente cada etapa. No se trata de dejar de disfrutar o perder la alegría, sino de entender que madurar también es aprender a soltar, tomar decisiones y construir nuestra propia historia con lo bueno y lo difícil.
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